viernes, 13 de noviembre de 2009






Hubo una vez una Reina que estaba esperando un hijo.
Un día de invierno se sentó a bordar junto a una ventana. Nevaba intensamente y la Reina se distrajo viendo caer los copos blancos; se pinchó con la aguja en el dedo y le salió una gota de sangre.
La Reina miró pensativa el rojo de la gota de sangre, la blancura de la nieve y el negro marco de la madera de ébano que encuadraba la ventana, y dijo:
-Me gustaría tener una hija que fuera tan blanca como la nieve, que tuviera las mejillas tan rojas como mi sangre y los cabellos tan negros como el ébano de la ventana.
Y el deseo de la Reina se cumplió porque al cabo de unos pocos meses tuvo una hija que era exactamente como la madre la había imaginado.
A la princesita se le puso por nombre Blancanieves.
Cuando la niña era muy pequeña aún, la Reina murió y el Rey volvió a casarse muy pronto con una mujer muy hermosa. La nueva Reina era terriblemente orgullosa y no podía soportar que nadie la aventajase en belleza.Tenía un espejo mágico guardado en su tocador. Todas las mañanas lo sacaba y se miraba en él. Luego le preguntaba:
-Espejo, amigo mío que jamás mintió ¿hay mujer alguna más bella que yo?
Y el espejo le contestaba:
-No conozco a nadie más bella que tú. Pero Blancanieves crecía cada día en edad y en belleza y cuando cumplió doce años era tan hermosa como una mañana de primavera.

0 comentarios:

Publicar un comentario